Pero, lo que más preocupa, es las
consecuencias de lo sucedido. Por un
lado, han empezado a parecer en las redes sociales, en los medios de comunicación,
en la opinión de las personas de distintas condiciones, interpretaciones
racistas, independentistas y violentas.
Todas muy preocupantes, aunque hasta cierto punto predecibles. Por otro lado, un pesimismo y una decepción
de otro grupo de personas que no deja de preocupar menos, pues si no tenemos
esperanza, qué nos queda. Atrás quedó,
mi lectura política de como llevar el asunto, previo a que el presidente acepte
derogar el subsidio, materia de mi anterior artículo. Ahora me preocupo, de algo más importante,
realmente tenemos un país: ¿Realmente, podemos hablar de que tenemos un Ecuador?
Esta, es la verdadera pregunta que
hay que responder. No de si las medidas,
en particular la eliminación de los subsidios, eran económicamente convenientes
-yo estoy seguro de que lo eran, y en otro rato, lo demostraré con
holgura-. Tampoco, si la situación
política era la indicada, o el manejo de la información de inteligencia hubiera
podido anticipar que una organización de enemigos de la patria estaba esperando
una excusa para incendiar el país -este es mi versión más verosímil hasta el día
de hoy. Seriamos unos neófitos si afirmáramos
que la buena economía coincide siempre con la buena política. Si éstas no son las causas últimas de la
crisis, tendrán que coincidir conmigo, que tampoco lo eran la violencia, el indigenismo,
la lucha de clases, la corrupción, la desigualdad, la pobreza o ninguna otra explicación
particular en forma individual; aunque todos estos factores jugaron un rol en
un plan orquestado, que de suyo, no hubiera sido posible orquestar, de no mediar,
las condiciones de algo que yo llamo: la falta de unidad.
He dicho que desde esta “trinchera”
voy a combatir algunas malas ideas, pero esta vez me enfrento a la mamá de las
malas ideas, o peor todavía, a una colección de malas ideas, que tomadas en su
conjunto le han explotado en la cara a todos lo ecuatorianos. Y como decía anteriormente, no encontraré en
la economía, la política, la sociología, la historia o el derecho una
explicación para lo que pasó y peor aún para regresarle la esperanza a un
país. Sin embargo, para problemas
grandes, hay que pensar en grande. Y
para eso, nada mejor que ir a la mamá de los saberes, a la filosofía.
Voy a hacer uso particularmente de
la filosofía política. Aunque, no voy a
acudir a Platón o Aristóteles, tampoco a Hobbes o Rousseau, menos aún a alguna
visión moderna de la filosofía política.
Voy tomar las ideas, de un filosofo de la Universidad de Navarra, en su ensayo
titulado, “Es posible una sociedad civil mundial“(cfr. Cuadernos 135 del Instituto de Empresas y Humanismo de la Universidad de Navarra).
Escrito mas bien escueto, que me pareció demasiado abstracto y genérico para
abordar un problema político, pero que preguntándome lo que hasta ahora he
relatado, me ha hecho enorme sentido en la relectura.
En lo que sigue, voy a hacer uso
de los criterios propuestos por Rafael Alvira, y los voy a aplicar a la pregunta
del título. De esta manera, espero que
me permita diagnosticar la enfermedad y proponer la receta para resolver la
situación del Ecuador. No estoy seguro,
que un filósofo, este muy de acuerdo con el uso de la palabra receta; pero esta
es una de las libertades, que si nos podemos dar los economistas. Vale decir, que tampoco estoy en condiciones
de escribir una respuesta más acabada; y menos aún, que este sea el formato más
indicado. Pero si ya me han acompañado
hasta aquí, les pido paciencia para ver si vislumbramos esperanza en mi segunda
entrega
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