“La tragedia de cierta modernidad
-igual liberal que socialista- es en haber declarado que la economía es lo
primero”.
Escribo este artículo en
respuesta a las propuestas de reforma económica decididas por el
Ejecutivo. En esta ocasión, no me quiero
referir solamente a los principios que orientan esa propuesta. Conviene indicar, que junto a unos colegas
también presentamos una propuesta económica para ayudar a apuntalar las
políticas de salud (confrontar http://foroeconomiaecuador.com/fee/author/joseluislima/).
De suyo toda propuesta es perfectible, y esta del gobierno no es la excepción,
aunque toma muchos elementos que nosotros también habíamos recomendado, la
propuesta erra fundamentalmente por dos razones.
Primero, no toma en cuenta las restricciones
prácticas y legales de traducir en acciones efectivas, y de manera inmediata, las
limitaciones cuerpos burocráticos tienen (por la vía de fideicomisos y
directorios) para manejar recursos de desembolsos externos y contribuciones
privadas o impuestos. Segundo, hacen
tabla la raza de las restricciones de economía política asumiendo una
simplicidad que raya en lo insólito: para los desafíos de una renegociación de
la deuda externa, la reducción de salarios en el sector público y la elevación
de impuestos; como si no hubieran aprendido la más mínima lección de los hechos
ocurridos en las manifestaciones violentas de octubre del 2019. Pero a pesar eso, el refinamiento de las
propuestas económicas deberá esperar, pasan a un segundo plano hasta que se haya
resuelto el problema fundamental: la primacía de lo político.
Se dice equivocadamente que en
estos momentos debemos dejar a los técnicos, en este caso los economistas, que
resuelvan lo que más conviene al país.
El argumento, es que es un tema complejo y no se lo puede dejar en manos
de los políticos.
Mi respuesta a tal comentario me
trae la mente aquella afirmación: “la economía es demasiado importante para dejársela
solamente a los economistas”. Déjenme
que se los explique, siendo yo mismo un economista orgulloso de mi profesión.
El problema de fondo es que, esta propuesta o cualquier otra, no es
exclusivamente sobre materia económica; y aun en aquella parte que sí lo es,
obedece a criterios normativos. Por
ejemplo, de qué se trata entonces la consideración de cuándo será conveniente
dejar que las personas circulen libremente sino de una decisión informada por
la epidemiología y un criterio de decisión que pondere los riesgos de una
determinada acción política. Así también,
cuando estimamos la caída de ingresos fiscales o la destrucción de empleos, la
estrategia de fondeo de las propuestas, los montos de gastos para protección
social y para contener la economía, y la no menos importante decisión de cómo
distribuir esos costos entre la sociedad.
No estamos haciendo acaso preguntas con carácter prospectivo que no se
limitan a modelos matemáticos y empíricos.
Son todas preguntas para las cuales la economía, si bien esta preparada,
no dejan de tener un componente subjetivo que obedecen a una visión de lo que
consideramos éticamente conveniente.
En lo que sí tienen razón,
siguiendo el relato de la tecnocracia, es que no podemos dejarlo en manos de cualquier
clase política. Es decir, deberíamos
dejar afuera la política preocupada en sus intereses particulares, la política
de los escándalos de Arroz Verde y los negociados de las mascarillas y respiradores
en el IESS (a esos expresidentes que los termine de procesar la justicia). Es tiempo que decisiones de tanta
trascendencia sean legítimamente consideradas y ejecutadas por los poderes
constituidos en conjunto con la sociedad civil.
Esto significa que no podemos
pensar que en los sistemas democráticos tomemos decisiones como si fueran una
empresa privada, haciendo la política en una esquina para que el propietario
escoja lo que mejor le conviene desde su perspectiva económica. Peor aún, que un grupo de tecnócratas que
nadie los ha elegido, entre ellos me incluyo, creamos que sea válida por fuerza
de una autoridad que carecemos, que como hemos dicho no proviene de una verdad
científica indiscutible. Si ese fuera el
caso, no habría tantos criterios divergentes.
Déjenme recordar la historia
económica reciente del Ecuador. En el
año 2000, cuando el presidente Mahuad decidió dolarizar lo hizo porque lo
consideró políticamente adecuado en esas circunstancias y porque había una minoría
que le daba autoridad para creer que podría tener éxito. Y la decisión la tomó a pesar de que, en esas
circunstancias, el mismo se había manifestado en contra a la dolarización
-basta recordar sus declaraciones de salto al vacío- y de que tanto el
presidente como la gerente del banco central no consideraban “técnicamente”
conveniente la medida. Sin embargo, en contra
de la opinión inefable del FMI, Ana Lucia Armijos, Pablo Better, Virginia
Fierro se dolarizó y el país logro salir con éxito de esa encrucijada.
En la mitología griega, el rey
Midas, era un rey que todo lo que tocaba se convertía en oro. Algunos, creen que la presencia del rey Midas
sería nuestra salvación. De hecho, yo
también coincido en que la buena formación profesional y la experiencia son
claves para el éxito en estas circunstancias.
Habría que preguntarse, por qué no ponemos al rey Midas a que se haga
cargo y tratemos de ayudarlo todos. Sin
embargo, dejamos la economía en manos de buenas personas, pero no
necesariamente las más adecuadas para el cargo.
Ya nos pasó en el ministerio de salud y antes no pasó en comercio e
industrias. Mi última recomendación, amén
de todas las anteriores, es que el rey Midas se moje el poncho y de un paso al
frente, todos los ecuatorianos estamos dispuesto a apoyarlo.
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