He pensado en la realidad política y al final creo haber encontrado una buena analogía con la comida que quisiera compartir. Una cosa es la alimentación y otra es la nutrición. La primera es un acto de la voluntad para ingerir alimentos, la segunda es una respuesta del organismo de cómo asimilar esos alimentos. Algo parecido sucede en la política.
Pensemos en dos de los problemas
que informan la política ecuatoriana: el problema de la salud pública resultado
de la pandemia del COVID-19 y el problema económico en general con sus
implicaciones sobre el empleo, la actividad, la liquidez, los impuestos, el
gasto público, la incertidumbre, etc.
En estos casos observo un rasgo
que denomino la visión de ética de la política.
Una visión que asume que existen unas verdades absolutas, imperativos
categóricos kantianos, que por no obedecerlos es que resultan los problemas
políticos que nos agobian.
En el caso de la pandemia hemos
observado como soluciones normativas no han sido suficientes. El aislamiento por cuarentena a unos ha
llevado a reclamar neuróticamente con un negacionismo asombroso, donde la queja
fundamental es que se atenta contra la libertad individual como valor
absoluto. Otros demandan cuarentenas y restricciones
más estrictas para todos, desconociendo que hay gente pobre, como si no se
hubieran enterado del gran número de personas que viven en condiciones de mera
subsistencia que le impiden respetar las cuarentenas. Estos han desarrollado una actitud de
paranoia contra cualquier relajación que limita seriamente la recuperación de
algunos sectores de la economía.
Todo es para bien, dice un famoso
pasaje evangélico, que es citado en el contexto de situaciones complicadas que
parecen agraviar la vida del cristiano.
Pero esto no es justificación para cometer errores del tipo que se
cometió en Guayaquil y que se siguen cometiendo en Quito. Cerrar aeropuertos a los vuelos humanitarios,
imponer protocolos inaplicables para enterrar a los difuntos, negociados con
los insumos médicos en los hospitales públicos, ocultamiento de la información
del número de contagiados, mala coordinación e implementación de medidas de
salud, falta de seguimiento y control sobre lo actuado, y una larga lista que
no viene al caso. Una dosis de
pragmatismo y sentido común hubiera mejorado notablemente los resultados de las
acciones tomadas, pero con la falta de capacidad de nuestros políticos se hizo
patética. O quieren hacernos creer que
Andramuño, Ocles, Bucaram y otros nos podrían conducir a otro lado. Quizás con
la única excepción de Sonnenholzner, muchos no les confiaríamos ni la suegra a
estos personajes.
Cierto es que es un problema de
capacidad de la gente que nos gobierna, pero esto a su vez obedece a que no
somos capaces de asumir el desafío de la política como corresponde. Nos
quejamos porque creemos que la política es como un decálogo que hay que
obedecer, y como no se obedece, entonces no participamos y dejamos que
cualquier hijo de vecino nos gobierne.
Esta idea de la política como ética es la que en economía nos lleva a
creer que la buena economía debe ser la buena política. Algo así como un mandamiento. Si no lo cumplimos no somos buenos cristianos.
Cuatro son los rasgos de esa
visión política-ética que hay que cambiar.
A no confundir con que yo proponga que el ser humano no tiene ética que
cumplir. Sino que una cosa es que yo tenga una visión ética y otra que la
política tenga unas normas prestablecidas que sino se cumplen se ha perdido la
brújula. No, al César lo que es del
César a Dios lo que es de Dios.
Primero, la política
debe ser sobre los hechos y circunstancias realizables. Si hay un grave problema fiscal, pero
paralelamente las empresas perciben una tremenda incertidumbre en su futuro y
los trabajadores temen por el fantasma del desempleo que les respira en la
espalda; ¿qué creen que les preocupa más, los suyos o el Estado? Por tanto, la insolvencia fiscal es un
problema muy grave, pero no lo suficiente para conseguir la aprobación de
nuevos impuestos como se pretendía con las fallidas reformas tributaria.
A este nivel de realismo, no le
falta el reconocimiento de que las ideas pueden inspirar el cambio. Pero no puede ser un cambio porque lo dice un
profeta. Debe ser un cambio en el que la
sociedad confía en que le conviene y actúan en consecuencia. He aquí una labor para los políticos, para
emprender por el logro de un cambio, tal como cuando al nivel de la empresa
alguien ambiciona una meta. El emprendedor
no puede pensar que al pasar por caja estará su sueldo, tendrá que
proporcionárselo con sus logros. Lo
mismo se puede decir del político. Este
gobierno o el que venga tendrá que entenderlo, así funciona la realidad política.
Segundo, la política es
sobre las acciones y sus consecuencias no sobre la teoría y sus supuestos. Si el gobierno decide que hay que eliminar
los subsidios a los combustibles -como yo también lo quisiera-, pero cree que
el problema es solamente explicar la racionalidad de la propuesta se equivoca. Como se equivocó en noviembre y reveló un
nivel de ingenuidad política asombrosa.
No reconocer a los grupos de
interés que se benefician de una renta por culpa del subsidio y peor todavía,
creer que la oposición política no tratará de aprovechar esa coyuntura para
alinearse con los afectados es un tipo de error que creíamos superado por este
gobierno. Pero la propuesta de acelerar
el anticipo al impuesto a la renta es una prueba en contrario. Pues a pesar de que en derecho la
Constitución de la República reconoce que en estado de excepción el gobierno
esta facultado para anticipar el cobro, el gobierno no supo intuir que la
oposición está tan cerrada que no puede forzar las cosas si no tiene el poder
político para hacerlo. Letra con sangre
entra, asi creo que razonó la Corte Constitucional. Veamos que han aprendido
cuando por tercera vez intenten aumentar la recaudación por impuestos, esta vez
al patrimonio.
Tercero, la política no
se puede abstraer de sus realidades históricas. Léase que hay que saber con que instituciones
y personas se está trabajando. Por
ejemplo, cómo pudieron creer que no iba a pasar algo semejante a lo que pasó
con los Bucaram. A casó no conocen la
historia de este personaje. En este
sentido, es un acierto que hayan movido el domicilio del juicio por crimen
organizado a Quito donde el nivel de influencia de Bucaram sobre los jueces y
fiscales no es el mismo que en Guayaquil.
En sentido contrario, cómo quieren que los empresarios den su brazo a
torcer con respecto a los impuestos si los problemas de corrupción son tan
generalizados e implican a todos los que hacen gobierno. ¿Quién puede negar que la falta de coherencia
es la principal limitación para demandar compromiso con los sacrificios que
pide el gobierno? O es que pueden creer
que no esta mal cuando los que se benefician de los fondos públicos en
perjuicio del bien común son los aliados o los allegados del presidente. Aquí si cabe la ética, pero la ética de la
responsabilidad individual, de la que dice robar es malo, y robar de la cosa
pública es doblemente malo. Mientras
esto no se corrija, y no se corregirá mientras siga el mismo gobierno, las
posibilidades de que acepten el ajuste fiscal las considero remotas.
Cuarto, la política es un
arte difícil de sistematizar o codificar.
En este sentido la tesis-receta de los organismos internacionales de que
se debe realizar una reforma laboral, fiscal y tributaria es difícil de
aceptar. Me cuesta mucho creer que
podamos abordar los tres temas simultáneamente, ni este gobierno ni el que
vendrá, tienen o tendrán ese capital político.
Hay que sortear los objetivos del país con miras en unos objetivos
realizables. Exigiéndose mucho mas de lo
que hasta ahora, con suerte podrían pensar en una reforma fiscal y
previsional. Y esto porque los
sacrificios que se piden en materia de impuestos se pueden comprometer para el
éxito de la reforma previsional. Por
ejemplo, terminando con las estructuras políticas clientelares (la estructura
de gobierno del IESS) y recuperando la viabilidad financiera de la seguridad
social con reformas como el aumento de edad de jubilación, separación de la función
de salud de la de jubilación, cambio de cálculos de pensiones en función de
salarios relevantes de aportación, entre otras.
Pero encima de esto, intentar una reforma laboral, me parece iluso. ¡Por qué no mejor pedimos que ganemos el próximo
mundial jugando contra Alemania en la final!
La política al igual que la
alimentación tienen algunas reglas. Lo
que comemos como alimento, lo podemos controlar; la nutrición, que sigue
procesos biológicos, sigue ciertas reglas que debemos reconocer, pero no
controlar. Entonces, venir a decirnos que
el problema del país se debe a que no hacemos en lo económico lo que debemos
hacer, es un moralismo de nivel profético.
Ni los que ofrecen pócimas milagrosas se atreverían a pedir tanto. Necesitamos política de la realidad y menos
de la política escudada en la ética.
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