viernes, 14 de agosto de 2020

La Política Económica como Etica

He pensado en la realidad política y al final creo haber encontrado una buena analogía con la comida que quisiera compartir.  Una cosa es la alimentación y otra es la nutrición.  La primera es un acto de la voluntad para ingerir alimentos, la segunda es una respuesta del organismo de cómo asimilar esos alimentos.  Algo parecido sucede en la política.

Pensemos en dos de los problemas que informan la política ecuatoriana: el problema de la salud pública resultado de la pandemia del COVID-19 y el problema económico en general con sus implicaciones sobre el empleo, la actividad, la liquidez, los impuestos, el gasto público, la incertidumbre, etc.

En estos casos observo un rasgo que denomino la visión de ética de la política.  Una visión que asume que existen unas verdades absolutas, imperativos categóricos kantianos, que por no obedecerlos es que resultan los problemas políticos que nos agobian.

En el caso de la pandemia hemos observado como soluciones normativas no han sido suficientes.  El aislamiento por cuarentena a unos ha llevado a reclamar neuróticamente con un negacionismo asombroso, donde la queja fundamental es que se atenta contra la libertad individual como valor absoluto.  Otros demandan cuarentenas y restricciones más estrictas para todos, desconociendo que hay gente pobre, como si no se hubieran enterado del gran número de personas que viven en condiciones de mera subsistencia que le impiden respetar las cuarentenas.  Estos han desarrollado una actitud de paranoia contra cualquier relajación que limita seriamente la recuperación de algunos sectores de la economía.

Todo es para bien, dice un famoso pasaje evangélico, que es citado en el contexto de situaciones complicadas que parecen agraviar la vida del cristiano.  Pero esto no es justificación para cometer errores del tipo que se cometió en Guayaquil y que se siguen cometiendo en Quito.  Cerrar aeropuertos a los vuelos humanitarios, imponer protocolos inaplicables para enterrar a los difuntos, negociados con los insumos médicos en los hospitales públicos, ocultamiento de la información del número de contagiados, mala coordinación e implementación de medidas de salud, falta de seguimiento y control sobre lo actuado, y una larga lista que no viene al caso.  Una dosis de pragmatismo y sentido común hubiera mejorado notablemente los resultados de las acciones tomadas, pero con la falta de capacidad de nuestros políticos se hizo patética.  O quieren hacernos creer que Andramuño, Ocles, Bucaram y otros nos podrían conducir a otro lado. Quizás con la única excepción de Sonnenholzner, muchos no les confiaríamos ni la suegra a estos personajes.

Cierto es que es un problema de capacidad de la gente que nos gobierna, pero esto a su vez obedece a que no somos capaces de asumir el desafío de la política como corresponde. Nos quejamos porque creemos que la política es como un decálogo que hay que obedecer, y como no se obedece, entonces no participamos y dejamos que cualquier hijo de vecino nos gobierne.  Esta idea de la política como ética es la que en economía nos lleva a creer que la buena economía debe ser la buena política.  Algo así como un mandamiento.  Si no lo cumplimos no somos buenos cristianos.

Cuatro son los rasgos de esa visión política-ética que hay que cambiar.  A no confundir con que yo proponga que el ser humano no tiene ética que cumplir. Sino que una cosa es que yo tenga una visión ética y otra que la política tenga unas normas prestablecidas que sino se cumplen se ha perdido la brújula.  No, al César lo que es del César a Dios lo que es de Dios.

Primero, la política debe ser sobre los hechos y circunstancias realizables.  Si hay un grave problema fiscal, pero paralelamente las empresas perciben una tremenda incertidumbre en su futuro y los trabajadores temen por el fantasma del desempleo que les respira en la espalda; ¿qué creen que les preocupa más, los suyos o el Estado?  Por tanto, la insolvencia fiscal es un problema muy grave, pero no lo suficiente para conseguir la aprobación de nuevos impuestos como se pretendía con las fallidas reformas tributaria. 

A este nivel de realismo, no le falta el reconocimiento de que las ideas pueden inspirar el cambio.  Pero no puede ser un cambio porque lo dice un profeta.  Debe ser un cambio en el que la sociedad confía en que le conviene y actúan en consecuencia.  He aquí una labor para los políticos, para emprender por el logro de un cambio, tal como cuando al nivel de la empresa alguien ambiciona una meta.  El emprendedor no puede pensar que al pasar por caja estará su sueldo, tendrá que proporcionárselo con sus logros.  Lo mismo se puede decir del político.  Este gobierno o el que venga tendrá que entenderlo, así funciona la realidad política.

Segundo, la política es sobre las acciones y sus consecuencias no sobre la teoría y sus supuestos.  Si el gobierno decide que hay que eliminar los subsidios a los combustibles -como yo también lo quisiera-, pero cree que el problema es solamente explicar la racionalidad de la propuesta se equivoca.  Como se equivocó en noviembre y reveló un nivel de ingenuidad política asombrosa.

No reconocer a los grupos de interés que se benefician de una renta por culpa del subsidio y peor todavía, creer que la oposición política no tratará de aprovechar esa coyuntura para alinearse con los afectados es un tipo de error que creíamos superado por este gobierno.  Pero la propuesta de acelerar el anticipo al impuesto a la renta es una prueba en contrario.  Pues a pesar de que en derecho la Constitución de la República reconoce que en estado de excepción el gobierno esta facultado para anticipar el cobro, el gobierno no supo intuir que la oposición está tan cerrada que no puede forzar las cosas si no tiene el poder político para hacerlo.  Letra con sangre entra, asi creo que razonó la Corte Constitucional. Veamos que han aprendido cuando por tercera vez intenten aumentar la recaudación por impuestos, esta vez al patrimonio.

Tercero, la política no se puede abstraer de sus realidades históricas.  Léase que hay que saber con que instituciones y personas se está trabajando.  Por ejemplo, cómo pudieron creer que no iba a pasar algo semejante a lo que pasó con los Bucaram.  A casó no conocen la historia de este personaje.  En este sentido, es un acierto que hayan movido el domicilio del juicio por crimen organizado a Quito donde el nivel de influencia de Bucaram sobre los jueces y fiscales no es el mismo que en Guayaquil.  En sentido contrario, cómo quieren que los empresarios den su brazo a torcer con respecto a los impuestos si los problemas de corrupción son tan generalizados e implican a todos los que hacen gobierno.  ¿Quién puede negar que la falta de coherencia es la principal limitación para demandar compromiso con los sacrificios que pide el gobierno?  O es que pueden creer que no esta mal cuando los que se benefician de los fondos públicos en perjuicio del bien común son los aliados o los allegados del presidente.  Aquí si cabe la ética, pero la ética de la responsabilidad individual, de la que dice robar es malo, y robar de la cosa pública es doblemente malo.  Mientras esto no se corrija, y no se corregirá mientras siga el mismo gobierno, las posibilidades de que acepten el ajuste fiscal las considero remotas.

Cuarto, la política es un arte difícil de sistematizar o codificar.  En este sentido la tesis-receta de los organismos internacionales de que se debe realizar una reforma laboral, fiscal y tributaria es difícil de aceptar.  Me cuesta mucho creer que podamos abordar los tres temas simultáneamente, ni este gobierno ni el que vendrá, tienen o tendrán ese capital político.  Hay que sortear los objetivos del país con miras en unos objetivos realizables.  Exigiéndose mucho mas de lo que hasta ahora, con suerte podrían pensar en una reforma fiscal y previsional.  Y esto porque los sacrificios que se piden en materia de impuestos se pueden comprometer para el éxito de la reforma previsional.  Por ejemplo, terminando con las estructuras políticas clientelares (la estructura de gobierno del IESS) y recuperando la viabilidad financiera de la seguridad social con reformas como el aumento de edad de jubilación, separación de la función de salud de la de jubilación, cambio de cálculos de pensiones en función de salarios relevantes de aportación, entre otras.  Pero encima de esto, intentar una reforma laboral, me parece iluso.  ¡Por qué no mejor pedimos que ganemos el próximo mundial jugando contra Alemania en la final!

La política al igual que la alimentación tienen algunas reglas.  Lo que comemos como alimento, lo podemos controlar; la nutrición, que sigue procesos biológicos, sigue ciertas reglas que debemos reconocer, pero no controlar.  Entonces, venir a decirnos que el problema del país se debe a que no hacemos en lo económico lo que debemos hacer, es un moralismo de nivel profético.  Ni los que ofrecen pócimas milagrosas se atreverían a pedir tanto.  Necesitamos política de la realidad y menos de la política escudada en la ética.